Hace aproximadamente un año
manifestaba a mis cercanos la preferencia que tenía porque en las elecciones
presidenciales de Estados Unidos ganara el entonces candidato a reelegirse
Barack Obama, demócrata, por encima de Mitt Romney, republicano, bajo el
sustento de que más allá de una nula agenda beneficiosa de los contendientes para
con para México y América Latina (en general), sí veía en el hoy reelecto
mandatario un discurso antibélico que por lo menos marcaba cierta distancia con
la clase política más perjudicial para el mundo, diferensiándose en su momento
de su satánico antecesor George W. Bush.
Y es que Obama desde que
ganó su primer periodo presidencial, en 2009, siempre pregonó su postura en
contra de la ocupación gringa en Irak, apostando por la salida de sus tropas de
aquel país oriental.
Sin embargo, pese a todo lo
que el presidente estadounidense nos vendió a través de su eslogan pacifista (inclusive
distinguido con el Premio Nobel de la Paz en 2009) las movilizaciones bélicas
desplegadas en Afganistán y en el propio territorio iraquí durante su mandato
persistieron, bajo el pretexto de perseguir a la red terrorista Al Qaeda, a los
talibanes y demás enemigos del imperio norteamericano. Lo que ocurrió con las
tropas de Estados Unidos en Irak fue más bien una derrota consumada, justo en
el momento de la entrada de Obama, y más bien esa fue la razón por la cual los
cuerpos de combate tuvieron que dejar ese territorio, muy al margen del
pretexto oficial pronunciado por el funesto Bush, quien refería la necesidad de
nulificar las armas de destrucción masiva que, en teoría, poseía el hoy finado Saddam
Hussein (argumento totalmente desmentido).
En estos días, Obama (o sus
jefes) tiene puesta la mira sobre Siria, como una respuesta al supuesto uso por
parte de las autoridades de ese país asiático de armas químicas en las
cercanías de Damasco (capital siria), en perjuicio de civiles inocentes. Sin
embargo, al igual que ocurriera con Bush y las armas de destrucción masiva en
Irak, hay una carencia notable de pruebas, principalmente para deslindar la
responsabilidad sobre dichas acometidas lesivas, ya sea que el régimen de Bashar
Al-Assad las haya usado, los propios rebeldes sirios o alguna entidad externa
(por ahí soltaron en redes sociales el nombre de Israel).
Acá lo que me parece más
preocupante es que la figura del presiente de EE.UU. carece de autonomía, de
poder de decisión, que responde a intereses concretos que no tienen para nada
que ver con la propia ciudadanía estadounidense y mucho menos con la seguridad
internacional.
Hace unos días el Senado
estadounidense consensó la aprobación para el despliegue militar de EU en
Siria, un hecho insólito y reprobable toda vez que diversos sondeos han
revelado que más de la mitad de los ciudadanos estadounidenses están en contra
de esa medida (por no decir que ya incitar a la violencia es censurable).
Por lo menos desde principios
de los años 90, con la intervención de Bush padre en la desatada Guerra del
Golfo Pérsico, se ve el interés que los poderes fácticos imperialistas tienen
en la sobre algún bien natural de alto costo, que mueve los hilos de la
geopolítica internacional, también llamado «oro negro», mismo que abunda en
aquellas tierras «conflictivas».
Y no hay más, el intervencionismo
desestabilizador estadounidense en Medio Oriente (desde la Primavera Árabe
hasta el descarado apoyo a los rebeldes sirios) tiene como objetivo final el
incómodo Irán, nación de ancestral repudio para EU pero de amplios intereses
estratégicos, principalmente por sus recursos petrolíferos.
Hasta el cierre de esta
columna, el posible ataque de Estados Unidos a Siria todavía era una
interrogante, a definirse muy probablemente en la cumbre del G-20, llevada a
cabo en San Petersburgo, Rusia, nación que por cierto podría resultar ser el
fiel de la balanza para evitar o propiciar un conflicto bélico con proporciones
regionales (en primera instancia) y mundiales (a posteriori) devastadoras,
considerando que aún falta valorar la intervención de actantes como China,
Francia, Israel y las coreas, con conflictos latentes hoy en día.
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