lunes, 25 de febrero de 2013

EXPLOSIÓN PEMEX: NO AL BENEFICIO DE LA DUDA


A Enrique Peña Nieto (jefe del Ejecutivo federal), Miguel Ángel Osorio Chong (secretario de Gobernación) y Jesús Murillo Karam (procurador General de la República) les debe quedar muy claro que para un amplio sector de la población todos los argumentos y las afirmaciones que emitan serán tomadas como falacia, y quizás no tanto por las personas que emitan el mensaje, más bien por el ente político y la clase oligárquica a la que representan, misma que ha tenido como costumbre utilizar la mentira como instrumento para salir avante de ciertas situaciones truculentas.

Irremediablemente me vienen a la memoria algunos casos puntuales sobre hechos que comprometieron a las administraciones priístas mientras ocupaban la Presidencia de la República.

Están aquellos mítines de 1968 que terminaron con la vida de centenares de manifestantes en manos de miembros de la milicia nacional, a través del funesto Batallón Olimpia, cuando el entonces mandatario mexicano Gustavo Díaz Ordaz manipuló la información a través de los medios de comunicación oficialistas, aseverando que unos pocos disturbios habían azotado la ciudad de México, pero que no pasaba a mayores (encima, tuvo la pésima idea de presentar las Olimpiadas de México 68 como «las olimpiadas de la paz»).

Más cerca, hace ya un par de décadas, el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo fue asesinado a balazos al bajar de su automóvil en el Aeropuerto Internacional de Guadalajara, hecho que la Procuraduría General de la República —bajo el yugo en esos días de Carlos Salinas de Gortari— concluyó que se había tratado de una presunta muerte accidental, ya que el religioso había sido víctima de un fuego cruzado entre dos grupos del narcotráfico, tapando estratégicamente las causas reales que motivaron el crimen, mismas que durante el transcurso de los años se han ido enturbiando, ya sea por versiones confesas sobre una presunta liga del prelado con grupos guerrilleros o, como hace poco reveló el FBI, porque se habría tratado de una confusión, pues se supone que la intención era acabar con la vida de Joaquín «El Chapo» Guzmán.

(Y con Salinas ya mejor no hablemos del tan cuestionado caso Colosio, con su asesino solitario incluido).  

En las actualizaciones oficiales de las investigaciones sobre el incidente ocurrido en uno de los edificios del centro administrativo de Pemex, en el Distrito Federal, mismas que establecen que la explosión en el B-2 la originó presuntamente una acumulación de gas metano (hasta el momento cobró la vida de 37 personas), es inevitable que el primer pensamiento que llegue a la cabeza sea que las autoridades mienten, toda vez que algunos especialistas (expertos de la Universidad Autónoma Metropolitana) han refutado las versiones oficiales, además de que trabajadores de la propia paraestatal, a través de las redes sociales, han dejado ver que el incidente más bien pudiera tratarse de un atentado (o auto atentado); pero, sobre todo, uno cree que mienten por los antecedentes históricos, remotos y recientes.

Por mi parte, no me queda más que aplicar el aforismo aristotélico que señala que «aun cuando diga la verdad, el embustero tendrá como castigo no ser creído»; y como embustero tomaré a todos aquellos personajes que respondan a la lógica oficial del Revolucionario Institucional y a aquellos afines a los poderes fácticos del modelo neoliberal, que incluyen a funcionarios públicos, pseudoperiodistas de Televisa y otros medios de comunicación vendidos, además de empresarios.

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