Ante la renuncia de Benedicto XVI
al pontificado, muchas dudas surgen alrededor de su decisión: algunos dicen que
alguien lo habría orillado a tomar tal medida, toda vez que desde hace unos 600
años un papa no renunciaba a su cargo por decisión propia; también está la
versión oficial, que refiere a que el propio Joseph Ratzinger, presuntamente
por su avanzada edad, 85 años, y un supuesto cansancio habría optado por dejar
el cargo.
Muchos comparan la situación del
todavía papa con la de Juan Pablo II, este segundo cumpliendo hasta el último
minuto de su vida con la máxima responsabilidad de la Iglesia Católica, muy a
pesar de que se encontraba francamente mal en lo físico; se le oía, se le
observaba cansado.
Más allá de cualquier
especulación, me parece legítima y justificada la decisión de dar el paso al
costado, como cuando un deportista ya no puede rendir en el terreno de juego
porque sus condiciones físicas ya no dan para más. No veo que uno haya ido
mejor que el otro por durar más tiempo en el cargo: simplemente Karol Wojtyła
priorizó el pundonor y Ratzinger le dio más peso a la efectiva gestión al
frente de la Iglesia (en caso de que la versión oficial sea la verdadera).
Yo por mi parte he de decir que
no me quita el sueño la situación papal, dado que no me rijo por esa
institución religiosa (ni por ninguna otra), sólo me queda reflexionar sobre la
tremenda deuda que han dejado muchos de los santos padres: desde aquel papa Pío
XII que fue omiso ante las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial contra el
pueblo judío (el de a pie), haciéndose de la vista gorda ante las crueldades
acontecidas en los campos de exterminio nazis; igualmente, cuando Juan Pablo II
se abrazaba y convalidaba a un par de dictadores de la calaña de Augusto
Pinochet (Chile) y Jorge Rafael Videla (Argentina), mismos que entre sus logros
se cuentan centenares de muertes y desapariciones forzadas; y a Benedicto XVI
le cuestionaría su tibia reacción y prácticamente nula consideración en favor
de las víctimas de la pederastia tan sacada a la luz en los últimos años,
quedando un montón de sacerdotes impunes. (Sólo por mencionar tres casos
recientes).
Finalmente, también quisiera
trasladar la percepción de aquellos católicos creyentes en las instituciones
religiosas, donde me doy cuenta que muchos se encuentran inconformes con la
Iglesia debido a cierta insensibilidad, misma que se ve reflejada en lo
ostentoso de muchas de las figuras de primera línea del catolicismo,
contrastando los lujos que éstos poseen con la pobreza mayoritaria de los
seguidores de esa doctrina.
Creo que el próximo papa, si
quiere realmente trascender en lo político (entiéndase como la relación entre
autoridad y gobernados), más allá de si es negro, latino o escandinavo, debe
replantearse todas aquellas incongruencias que han desembocado en una clara
reducción de la grey católica; y tomo los datos que la propia arquidiócesis de
México emitió en 2012, cuando estableció que en la última década el número de
católicos pasó del 88% de la población total en México (112 millones de
habitantes) al 83.9%.
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