Justo después del más reciente fraude electoral que terminó por convalidar los comicios presidenciales después de un atraco flagrante, uno de los pensamientos que se me vino a la cabeza fue que la mayor resistencia del pueblo mexicano debía llegar luego del inminente anuncio de privatización (término real que se usa para encubrir el eufemismo de la «modernización») de Pemex, circunstancia que sería el punto clave para probar a la sociedad inconforme, a los que durante años hemos fungido como oposición.
Llegó
el 18 de marzo y con él la conmemoración del 75 Aniversario de la Expropiación
Petrolera, fecha que nos convocaría a los no integrados a salir a las calles
para exponer nuestro repudio ante las medidas totalitaristas de tufo
neoliberal.
Y
salimos.
Personalmente
me quedé con sensaciones de enojo, decepción,
resignación e incomprensión, al constatar que el número de manifestantes
en diversas plazas públicas del país fue exponencialmente menor al registrado en
otras citas (marchas contra Peña Nieto, contra la Reforma Laboral, o las de
2008 también en defensa del petróleo).
Horas
después medité sobre ese hecho que me puso mal y, después de enfriarme un poco,
quiero imaginarme que la poca afluencia a en las manifestaciones en contra de
la Reforma Energética se puede justificar toda vez que lo de este lunes sólo
era un mero acto simbólico, que quizás el momento en el que sí se probará de
qué estamos hechos los ciudadanos mexicanos sea cuando ya se encuentren votando
en las cámaras el mencionado proyecto energético.
Por
mi parte sólo quiero recalcar que las decisiones que salgan de los cambios que
se pretenden hacer a Pemex seguramente tienen un peso mayor al hecho de que tal
o cual personaje sea impuesto en la Presidencia de la República. O sea, a todos
los que manifestaron su inconformidad por el atraco electoral en julio de 2012,
hay mucho más razones para impedir a como dé lugar que se ceda la renta
petrolera a manos privadas transnacionales, porque con ello nos estarían
quitando la fuente principal de alimentación para un país ya de por sí
empobrecido.
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