Se ha dicho hasta el
cansancio que la medida complementaria de la Reforma Energética es la
eliminación de la tasa cero en alimentos y medicinas. El proyecto peñanietista
está encaminado a gravar los alimentos y las medicinas con un Impuesto al Valor
Agregado (IVA), eso es lo que se ha escuchado en declaraciones del propio jefe
del Ejecutivo y su séquito, incluso explícitamente dicho por el PRI, que ya ha
adecuado sus estatutos en pasados meses para que esa medida se lleve a cabo.
Ya algunos portavoces del
proyecto neoliberal que representa el oficialismo mexicano se han pronunciado
en favor de la mencionada Reforma Fiscal, encabezando dicho bombardeo discursivo
(al igual que en temas energéticos) entes que no sé dónde se han ganado algún
prestigio, como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico
(OCDE) —encabezada por José Ángel Gurría, secretario de Hacienda y de
Relaciones Exteriores durante el sexenio de Ernesto Zedillo—, organismo que ha
recomendado al gobierno mexicano seguir la tendencias mundiales de algunos
países desarrollados (igual que el Consejo Coordinador Empresarial o la
consultora global KPMG) aplicando las citadas reformas estructurales.
No hay duda, al cobrar IVA
en alimentos y medicinas es un hecho que aumentará la recaudación fiscal
porque, como ellos «atinadamente» dicen, ricos, pobres, delincuentes y
cualquier tipo de persona pagará impuestos al adquirir productos de primera
necesidad; pero el problema radica en el espíritu de la reforma.
Y es que uno se pregunta:
Primero, ¿por qué las
autoridades no se ocupan en hacer que las empresas más poderosas de México (según
el Banco Interamericano de Desarrollo, 48% de las empresas en nuestro país
evaden impuestos) sean las que más aportaciones hagan al fisco, eliminando las
trampas fiscales legales (que no legítimas), como la grosera condonación del
SAT a Televisa por 3 mil millones de pesos? Segundo, ¿y si mejor establecemos
topes salariales a funcionarios de primer nivel (Ejecutivo, Legislativo,
Judicial y organismos autónomos)? Yo creo que pagándoles unos 20 mil pesos
mensuales se vería quién sí tiene ganas de servir al pueblo y quiénes sólo
persiguen la ordeña de las finanzas públicas. Tercero, ¿qué tal establecer topes
máximos en gasto corriente?, para que no se nos vayan millonarios recursos de
las arcas estatales en cajas chicas, asesores, autos de lujo y teléfonos
móviles. Y cuarto, ¿por qué no aumentamos el IVA en artículos de lujo?, para
hacer hincapié en eso de que «el que tenga más que pague más».
Qué bueno que en Dinamarca
paguen el 25% de IVA en alimentos y medicinas, está muy bien, pero les recuerdo
a los impulsores de la Reforma Fiscal que esto es México, el país en donde vive
el hombre más rico del mundo, en el que según la propia OCDE (quién los
entiende) en 2011 las familias más ricas del país poseían 26 veces más ingresos
que las más pobres. Una reforma de esa índole sólo es debatible a condición de
que la calidad de vida de los mexicanos sea semejante a la de los daneses.
Es importante también hacer referencia
al reciente pronunciamiento de Hugo Beteta, subdirector regional de la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), quien aseveró que el aplicar
el proyecto de Reforma Fiscal impulsado por Enrique Peña Nieto propiciaría un
aumento del 1.9% en la pobreza extrema y hasta un 3.1% en la pobreza urbana
moderada, a consecuencia de que la medida está enfocada en exprimir más los
bolsillos del pobre que del rico, pues, como dieron a conocer los académicos Alejandro
López Bolaños y Josefina Morales Ramírez del Instituto de Investigaciones
Económicas de la UNAM, la población con menores ingresos en el país destina un
52.3% de sus recursos en la adquisición
de alimentos, mientras que la clase social con mayor poder adquisitivo ocupa
un 28.4% de su gasto para la compra de esos mismos productos.
No se equivoquen, todo es
parte del mismo proyecto (Reforma Fiscal y Reforma Energética), para beneficiar
a los mismos de siempre, a los que más tienen.
El llamado (cuando no) es a
la resistencia, porque ni Dios va a escuchar las propuestas encaminadas a la
justicia social. Esto lleva siglos siendo así y no veo para cuándo concluya. Y
cuidado que los plutócratas no se cansan; no parece descabellado que quieran
cobrar el famoso impuesto por tener ventanas en las casas, como ocurría en
México por ahí del siglo XIX.
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