México en estos meses
venideros se debatirá entre defender y entregar un recurso natural clave para
el desarrollo del país, el petróleo, así como también se pondrá en juego la
capacidad de que la plutocracia siga explotando y vaciando los bolsillos de los
clasemedieros y de los pobres, con la mentada Reforma Fiscal (IVA en alimentos
y medicinas).
Si bien los temas anteriores
son la prioridad en materia de resistencia para aquellos que estamos del lado
de la oposición ante el oficialismo neoliberal que asfixia al país, no se debe
quitar del radar de prioridades una problemática que ha perdurado durante la
más reciente década, y que ha ido en aumento luego de las torpes acometidas
realizadas por los gobiernos en turno: la violencia.
Con la llegada de Enrique
Peña Nieto a la presidencia está claro que sí se tiene una estrategia definida
en torno a esa problemática, aunque ésta no propiamente está encaminada a
brindar soluciones de fondo. Lo que busca el peñanietismo es que simplemente en
la opinión pública se deje de hablar del México violento, que se saque del
centro a la guerra contra el narco iniciada por su antecesor Felipe Calderón, y
nada más. No hay una táctica concretamente acotada que fije plazos y objetivos
precisos, mucho menos hay algún indicio de que la situación vaya a cambiar: simplemente el oficialismo y sus
tentáculos (los medios de comunicación alineados) le han bajado a la difusión
de los crímenes viscerales, así como a la presentación estelar de los capos
detenidos (como si el fuego se extinguiera con sólo cerrar los ojos).
Es cierto que el problema de
la violencia se recrudeció tras el sexenio espurio comandado por el hoy
investigador de Harvard (recientes cifras difundidas por el INEGI apuntan a que
el número de homicidios en el sexenio de FeCal se incrementó en un 150%), e
igualmente apoyo la tesis encaminada a calificar como torpe e innecesaria la
guerra abierta contra el crimen organizado; lo que sucedió durante el segundo
gobierno federal panista fue un acto perversamente equivocado. Sin embargo, y a
pesar de lo mal que pueda llegar a calificar la gestión de Calderón, creo que
la sangre derramada en el país responde a causas más profundas que las del
desorden provocado en recientes años.
Si hay gran cantidad de
criminales, de mexicanos que han optado por el camino del hampa, es preciso
saber la realidad que estos sectores de la sociedad han vivido. Educación
deficiente, nulo desarrollo de la sensibilidad humana, carencia de servicios
básicos y falta de oportunidades de empleo, más la tentación de obtener grandes
remuneraciones económicas con el menor esfuerzo, todo en su conjunto ha
configurado la seria decadencia social que hoy se vive en México.
A lo mucho la
irresponsabilidad de Calderón lo que hizo fue quitar el corcho a la champaña
que más temprano que tarde estaba por derramarse; la situación del país ya no
resistía los consensos con los que tradicionalmente el priismo nadaba de
muertito en el tema del crimen organizado. La penetración de los cárteles en
ciertos puntos de la geografía mexicana hizo incontenible el hecho de que los
disensos organizacionales terminaran en lo que hoy se vive en muchos puntos del
país.
Me parece que lo peor de
toda esta historia es que no hay una solución de corto plazo, sumado a que
quienes hoy ostentan el poder (Ejecutivo, Legislativo y Judicial, en los tres
niveles de gobierno) no tienen la más mínima intención ni compromiso de
entrarle de fondo al tema.
La realidad en materia de
seguridad sólo va a revertirse cuando se toquen las raíces más profundas (con
visión de mediano y largo plazo) de dicha circunstancia, cuando la sociedad
comience a experimentar ese término tan abaratado pero tan mínimamente
utilizado como lo es la justicia social, de la mano de un cambio radical en las
políticas económico-políticas y, desde luego, el progreso exponencial en
materia educativa.
A la sociedad sólo nos resta
ser gallardos, difundir sin más todas las fechorías que veamos, denunciar la
omisión oficialista, presionar a los que mueven los hilos políticos del país;
también nos toca cuidarnos.
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