viernes, 9 de agosto de 2013

UNA HISTORIA VIOLENTA


México en estos meses venideros se debatirá entre defender y entregar un recurso natural clave para el desarrollo del país, el petróleo, así como también se pondrá en juego la capacidad de que la plutocracia siga explotando y vaciando los bolsillos de los clasemedieros y de los pobres, con la mentada Reforma Fiscal (IVA en alimentos y medicinas).

Si bien los temas anteriores son la prioridad en materia de resistencia para aquellos que estamos del lado de la oposición ante el oficialismo neoliberal que asfixia al país, no se debe quitar del radar de prioridades una problemática que ha perdurado durante la más reciente década, y que ha ido en aumento luego de las torpes acometidas realizadas por los gobiernos en turno: la violencia.

Con la llegada de Enrique Peña Nieto a la presidencia está claro que sí se tiene una estrategia definida en torno a esa problemática, aunque ésta no propiamente está encaminada a brindar soluciones de fondo. Lo que busca el peñanietismo es que simplemente en la opinión pública se deje de hablar del México violento, que se saque del centro a la guerra contra el narco iniciada por su antecesor Felipe Calderón, y nada más. No hay una táctica concretamente acotada que fije plazos y objetivos precisos, mucho menos hay algún indicio de que la situación vaya a  cambiar: simplemente el oficialismo y sus tentáculos (los medios de comunicación alineados) le han bajado a la difusión de los crímenes viscerales, así como a la presentación estelar de los capos detenidos (como si el fuego se extinguiera con sólo cerrar los ojos).

Es cierto que el problema de la violencia se recrudeció tras el sexenio espurio comandado por el hoy investigador de Harvard (recientes cifras difundidas por el INEGI apuntan a que el número de homicidios en el sexenio de FeCal se incrementó en un 150%), e igualmente apoyo la tesis encaminada a calificar como torpe e innecesaria la guerra abierta contra el crimen organizado; lo que sucedió durante el segundo gobierno federal panista fue un acto perversamente equivocado. Sin embargo, y a pesar de lo mal que pueda llegar a calificar la gestión de Calderón, creo que la sangre derramada en el país responde a causas más profundas que las del desorden provocado en recientes años.

Si hay gran cantidad de criminales, de mexicanos que han optado por el camino del hampa, es preciso saber la realidad que estos sectores de la sociedad han vivido. Educación deficiente, nulo desarrollo de la sensibilidad humana, carencia de servicios básicos y falta de oportunidades de empleo, más la tentación de obtener grandes remuneraciones económicas con el menor esfuerzo, todo en su conjunto ha configurado la seria decadencia social que hoy se vive en México.

A lo mucho la irresponsabilidad de Calderón lo que hizo fue quitar el corcho a la champaña que más temprano que tarde estaba por derramarse; la situación del país ya no resistía los consensos con los que tradicionalmente el priismo nadaba de muertito en el tema del crimen organizado. La penetración de los cárteles en ciertos puntos de la geografía mexicana hizo incontenible el hecho de que los disensos organizacionales terminaran en lo que hoy se vive en muchos puntos del país.

Me parece que lo peor de toda esta historia es que no hay una solución de corto plazo, sumado a que quienes hoy ostentan el poder (Ejecutivo, Legislativo y Judicial, en los tres niveles de gobierno) no tienen la más mínima intención ni compromiso de entrarle de fondo al tema.

La realidad en materia de seguridad sólo va a revertirse cuando se toquen las raíces más profundas (con visión de mediano y largo plazo) de dicha circunstancia, cuando la sociedad comience a experimentar ese término tan abaratado pero tan mínimamente utilizado como lo es la justicia social, de la mano de un cambio radical en las políticas económico-políticas y, desde luego, el progreso exponencial en materia educativa.


A la sociedad sólo nos resta ser gallardos, difundir sin más todas las fechorías que veamos, denunciar la omisión oficialista, presionar a los que mueven los hilos políticos del país; también nos toca cuidarnos.

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